Entrevista “El País”

Al fallecer su madre el año pasado, José Ignacio Lapido (Granada, 1962) no pudo evitar recordar un poema de Jorge Manrique que aprendió en el colegio. “Recuerde el alma dormida / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida / cómo se viene la muerte…”. Ahora también ese primer verso de Coplas a la muerte de su padre ha dado nombre a su nuevo disco, El alma dormida, a la venta este viernes. “Cuando éramos niños y empezábamos a estudiar literatura castellana, había una serie de poetas que memorizábamos: Jorge Manrique, Espronceda, Machado…”, dice con una leve sonrisa. “El alma dormida me pareció un título sugerente y emotivo para el álbum”, añade.

Sentado en una cafetería de Granada, Lapido reconoce que las reflexiones sobre “la fugacidad del tiempo”, un tema al que no es ajeno su cancionero, se recogen con más profundidad que en ninguno de sus siete discos anteriores en solitario. Incluso suelta, sin ningún tipo de solemnidad, una milenaria formulación en latín: Ubi sunt, ¿dónde están? Una pregunta que se podría decir que dio origen a las religiones y viene persiguiendo a la humanidad desde que las estrellas iluminan el cielo, aunque fueron los literatos romanos quienes la enunciaron con un carácter filosófico: ¿Dónde están o qué fue de quienes vivieron antes que nosotros, de aquéllos que desaparecieron?”.

Es la pregunta a la que Jorge Manrique intentó dar respuesta en la célebre elegía a su padre y a la que parece que también intenta darla Lapido con canciones como Mañana quién sabeComo si fuera verdad o Lo que llega y lo que se nos va.“Son temas universales desde la Odisea. Se han intentado tratar desde diferentes ópticas en el arte”, señala. “Pero en mi caso hay un escepticismo”. Con su marcado carácter de duelo, aunque varias composiciones fueron compuestas antes del fallecimiento de su madre, El alma dormida guarda esa visión descreída del mundo, tan propia de Lapido en álbumes sobresalientes como En otro tiempo, en otro lugarCartografía o De sombras y sueños. “Las emociones son influencias que te reportan algo, pero evidentemente esto tiene mucho de oficio y no puedo aislarme del mundo, del que cojo ideas, vivencias y sentimientos”, explica.

El mundo lapidario está repleto de dudas existenciales y “dolores de muelas” y muestra paisajes emocionales agrietados y “con los dados trucados” en el que, como reza Estrellas del purgatorio, “al final será casi un milagro llegar al fondo de la cuestión”. “La inspiración es un concepto resbaladizo y te tiene que coger con la guitarra en la mano y el alma cargada”, asegura sobre su oficio, al que lleva dedicado con la “ética de la resistencia” desde principios de los ochenta cuando apostó todo por el rock and roll en Granada al frente de 091. “He intentado mantener una voz propia y una coherencia artística. No me he desanimado pese a los muchos altibajos”, apunta. “Un artista no es flor de un día”, sentencia.

Ahora le toca regresar al “golpe de realidad”. El año pasado la reunión de 091 –una banda que se disolvió en 1996 por falta de público y apoyo discográfico– fue como un sueño. El grupo llenó salas, acudió a festivales y sacó un disco y un DVD en directo. Todo lo que no tuvieron antes lo tuvieron en 2016, e incluso ahora. No paran de caer los premios.

En un bar rodeado con el resto de los 091 y algunos miembros de Niños Mutantes, Lapido celebra que la ciudad de Granada les acaba de conceder la Púa de Plata en reconocimiento a toda su carrera. Con un vino en la mano, el músico comenta que sabe cuál es su sitio y que, con la gira de este disco, volverá a aforos reducidos en garitos. Califica la reunión de su banda de toda la vida de “pirueta temporal” y explica que ahora toca centrarse en su carrera en solitario otra vez, autoeditándose sus trabajos y jugándose los cuartos en cada gira. El resto de los cero están igual: José Antonio García compagina su trabajo en una tienda de ropa con la grabación de un álbum, Víctor García Lapido prepara también otro disco y Tacho González ha regresado a su labor de guionista de televisión, esperando conseguir hacer una película.

Desde que se separó de 091 y sacó en 1999 su primer álbum en solitario, Ladridos del perro mágico, el perfil de Lapido siempre ha sido el de un proscrito. No es el único de su generación que, tras salir de sus bandas emblemáticas, se ha quedado en una tierra de nadie, vagando, mejor o peor pero con paso decidido y un discurso con carácter. Santiago Auserón, Josele Santiago, Jaime Urrutia o Alex Cooper también estarían en ese grupo de forajidos, que inspira a otros músicos más jóvenes que ahora tienen más éxito que ellos. “En España no se ha sido justo con los artistas de largo recorrido”, asegura. “De todas formas, yo me siento muy afortunado”, añade.

A sus 54 años, Lapido recuerda a clásicos de la segunda fila del rock, pero con un universo muy personal y una admirable dignidad, al estilo de John Hiatt o Nick Lowe. Él saca el nombre de Ron Sexsmith para referirse a un autor que no se sale mucho de la raya, pero que es una “garantía en lo suyo”, y reconoce que su universo artístico mantiene unos límites determinados, “clasicistas del rock y buscando su propia voz”, y que no busca experimentar ni salirse por la tangente, aunque en este álbum haya ciertas relecturas con toques swing. Según él, El alma dormida es distinto al menos en el método de trabajo: por primera vez presentaba a los miembros de la banda las canciones con “lo básico”, es decir guitarra y voz, y ellos –Víctor Sánchez, Raúl Bernal y Pablo Sánchez- incorporaban sus ideas y se las devolvían. “Una canción tiene varias posibilidades y en este disco hemos retocado más que nunca. Ha sido una producción muy colectiva”.

Es octubre pero parece verano en Granada. No hay señales del otoño, ni rastro de lo que dice el calendario. Es como si alguien “no hubiese atado bien los cabos”, tal y como canta Lapido en Versión oficial, todo un himno que resume su visión vital. Una visión que resiste, como esa memoria que combate la fugacidad del tiempo. Lapido arranca el coche. Deja la estela de un músico que, parafraseando a Jorge Manrique, contempla cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, dando testimonio excepcional del mundo de los dados trucados.

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